DESDE LA TIERRA DEL JARABE DE ARCE: AMBAS
Ambas son huérfanas desde muy jóvenes.
Ambas mujeres tienen una gran imaginación, que les permite transformar lo
ordinario en extraordinario.
Ambas comparten el amor por la naturaleza, lo que es una suerte porque viven en
un lugar en el que abundan majestuosos parques nacionales, montañas y praderas
que te dejan sin aliento como los ojos verdes de Anne. No es de extrañar que las
dos tengan de pasatiempo favorito dar largos paseos por Haunted Wood, Lover’s
Lane y Green Gables
Ambas nacieron en la Isla del Príncipe Eduardo, un lugar lleno de campos de flores
silvestres en primavera y con un otoño pincelado por colores pasteles. Dicen que a
la par que la suave brisa del viento te abraza logras inhalar el olor a menta de los
cerezos, arces y saucos.
Ambas son hermosas como las auroras boreales, un espectáculo de luces verdes,
azules y violetas que danzan en el cielo nocturno.
Ambas son fuertes como el agua al corrediza de las Cataratas del Niágara.
Ambas son modernas porque rompieron fronteras: sus palabras llegaron a lugares
como Japón y Colombia popularizándose.
Ambas son generosas al promover una cultura de brazos abiertos, sonrisas
grandes, paz, igualdad y la no discriminación.
Ambas son inolvidables, que mejor prueba que saber que han pasado más de cien
años desde sus nacimientos, pero continuamos hablando de Anne y Lucy.
Después de todo ambas son canadienses.
Dedicado a Lucy Maud Montgomery,
quien siempre vivirá a través de la icónica Anne Shirley.
LA AURORA DEL OSO
En los vastos bosques boreales, donde el viento parece susurrar secretos al hielo, un
anciano inuit llamado Anguta caminaba solo. Sus pasos crujían la nieve virgen
mientras el cielo, con un frío azul que mordía el alma, comenzaba a teñirse con las
luces de la aurora boreal. Nadie en su aldea sabía que aquel viaje era su último; el
espíritu del Gran Oso había llamado su nombre en sueños.
Anguta se detuvo junto a un árbol, cuya corteza parecía palpitar bajo sus dedos.
Cerró los ojos, y las luces danzantes en el cielo se arremolinaron como si hubieran
estado esperando su señal. De pronto, una figura emergió de la nada: un oso
inmenso, tan blanco que se confundía con el paisaje, pero con ojos de un verde
resplandeciente, como las mismas auroras.
El anciano no mostró miedo. Sabía que el Gran Oso venía a buscarlo, pero en vez de
llevarlo al más allá, lo condujo hacia el horizonte. Anguta se sintió ligero, flotando
junto a su guía. Juntos surcaron las estrellas, recorriendo montañas de hielo, lagos
cristalinos, y ciudades que resplandecían como joyas bajo la nieve.
Finalmente, el oso se detuvo. A lo lejos, un vasto lago se abrió ante sus ojos, donde el
hielo reflejaba las luces del cielo como un espejo celestial. «Aquí comienza tu
verdadero viaje», susurró el oso.
Anguta sonrió, y con un último aliento, se convirtió en viento.
SUSURRO MIGRATORIO
Me encontré una bebé golondrina en la calle, junto a la catedral de Manizales.
De la mano voló al hombro y ahí se quedó acurrucada hasta cuando la dejé en
un refugio para animales salvajes para que la terminaran de criar. Antes de
despedirme nos hicimos una selfie. Yo, pirata al volante, y ella posada en mi
hombro como una lora muda. Era diminuta y redonda, sin las geometrías
aerodinámicas de las golondrinas adultas. Miro por la ventana el paisaje andino
con mi cerro tutelar al centro, el Tatamá, y pienso en Jon y su cerro tutelar, el
Mount Royal, y las fotos que manda: “One day we’ll be together looking a this
sunset, love”. Manizales y Montreal comparten coordenadas, están conectadas
por una línea vertical en el mapa. Las golondrinas hacen migraciones
latitudinales, norte-sur-norte-sur. Al día siguiente llamé al refugio para preguntar
por mi golondrina. El biólogo que la recibió me contó que había comido y bebido,
y que la habían trasladado a una finca donde iba a crecer para ser liberada. Debí
preguntar cuándo para poder calcular quién llegaría primero a Canadá: si ella, o
yo. Las alas de los aviones se parecen a las de las golondrinas en vuelo. Quizás
en un futuro más amable los aviones tengan forma de pájaro y sus rutas sigan
compases geográficos, frecuencias naturales. El problema ya no será la visa,
sino: -Señora, lo sentimos, el próximo vuelo de migración latitudinal sale dentro
de seis meses, ¿no ve que estamos en verano?